El cemento, principal materia prima del hormigón, es producido mediante un proceso térmico en el que se generan emisiones de CO2 por partida doble y a partes iguales: por un lado fruto de la combustión del combustible utilizado en el proceso, y por otro lado como resultado de la cocción de la cal, el principal ingrediente del hormigón, que desprende una gran cantidad de CO2 en su proceso de calcinación.
En la industria cerámica sabemos muy bien que la industria del cemento tiene una tercera vía de generación de emisiones: la baja eficiencia en aislamiento térmico de los bloques de hormigón (en comparación a los bloques cerámicos), que genera un mayor gasto energético en climatización de espacios.
Es difícil sustituir el cemento y el hormigón en algunas de sus aplicaciones, como por ejemplo en la construcción de infraestructuras (puentes, túneles, grandes estructuras, etc,). Sin embargo, los bloques de hormigón tienen un sustituto obvio y mucho menos generador de emisiones tanto en su producción como en su aplicación y ciclo de vida: el bloque cerámico. Un hecho que también debería formar parte de la cultura general de la sociedad a la hora de hablar sobre las emisiones globales de CO2.
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